El reciente análisis realizado por el licenciado en Comunicación Social, Guido Sebastián Buabud, en el programa “Acortando la semana”, destaca un fenómeno significativo en la manera en que el gobierno nacional, bajo la dirección de Javier Milei, se ha adaptado a las nuevas dinámicas comunicativas. Buabud plantea que hemos entrado en un nuevo paradigma en la forma de comunicar, donde los canales tradicionales han cedido espacio a plataformas digitales, y donde la emotividad ha tomado primacía sobre la profundidad argumentativa.
Durante su exposición, Buabud subraya un punto crucial: el cambio en la comunicación gubernamental se refleja no solo en los medios seleccionados, sino también en la naturaleza de los mensajes emitidos. La sustitución de discursos extensos en cadenas nacionales por mensajes cortos y directos—limitados a 180 caracteres, especialmente en redes como Twitter y TikTok—representa una transformación radical. Este enfoque apunta más a provocar emociones inmediatas que a fomentar un diálogo razonado. Esta tendencia, aunque efectiva para captar la atención, plantea serias interrogantes sobre la calidad del discurso público, especialmente en un contexto democrático.
A lo largo de su intervención, el comunicador hace hincapié en la peligrosidad de la búsqueda desmedida del “golpe de efecto”. Este mecanismo de comunicación, que se basa en la descalificación rápida y el insulto directo, contribuye a una polarización creciente en la sociedad, creando una grieta más profunda entre las distintas facciones políticas. Esto es particularmente preocupante, ya que la utilización de un lenguaje despectivo por parte de figuras públicas no solo modifica la percepción pública, sino que también normaliza actitudes beligerantes que antes podrían haber sido consideradas tabú en el discurso político. “Hay una estrategia muy clara y muy evidente: es romper lo que entendíamos que eran códigos de poder debatir, porque el debate es muy rico en un sistema democrático, del intercambio de ideas, de la argumentación, de poder profundizar un pensamiento, y hoy lo que estamos viendo son gritos, descalificaciones, utilizar un teléfono celular, creo que también la manipulación está muy marcada” explica.
La crítica de Buabud se centra en la pérdida de la capacidad de argumentación y del debate constructivo, aspectos fundamentales en cualquier democracia saludable: “Creo que hay un juego en recursos lingüísticos, creo, muy pensado, muy pensado porque es opinar sin fundamento”.
Según él, esta simplificación del mensaje no solo empobrece el contenido comunicativo, sino que también denota una falta alarmante de formación entre los jóvenes que asumen roles activistas en este nuevo ecosistema informativo. La responsabilidad recae tanto en los comunicadores como en los funcionarios públicos, quienes deben ser conscientes del impacto que sus palabras tienen en un público diverso y vulnerable. “Los funcionarios no son influencers” alega.
Además, Buabud señala que este fenómeno no se limita a la esfera gubernamental; también afecta a los medios de comunicación. La agresividad y la polarización han encontrado un terreno fértil en las plataformas de streaming y redes sociales, donde el intercambio de ideas ha sido reemplazado por enfrentamientos virulentos. En este contexto, los influencers actúan como multiplicadores de discursos de odio, perpetuando un clima hostil hacia aquellos que piensan diferente. “Yo veo que hay una nueva camada de jóvenes que están militando, y que tienen todo el derecho, por supuesto, de que cuando se les hace algunas preguntas relacionadas a temas muy serios, con respecto a la vida política, social, utilizan recursos muy pobres, muy chatos, muy mediocres. Eso te da la pauta de que hay una carencia total de formación, absoluta de formación” aporta.
La cuestión que surge, entonces, es cómo lograr una cohesión social en medio de tanta crispación y divisiones exacerbadas. La responsabilidad de los comunicadores y, en términos más amplios, de los actores en la política, es promover un discurso que fomente el entendimiento y la colaboración, en lugar de contribuir a la división y al conflicto. La reflexionar sobre el lenguaje utilizado y las intenciones detrás de cada mensaje se vuelve esencial si se quiere construir una sociedad más unida y saludable.
En conclusión, el análisis de Buabud revela una transformación significativa en la comunicación gubernamental en Argentina que, aunque pueda parecer efectiva a corto plazo, plantea grandes desafíos para la salud democrática del país. La búsqueda de impactos emotivos y la descalificación rápida no solo amenazan la calidad del debate público, sino que también ponen en riesgo la cohesión social en un momento crítico para la nación. Es imperativo que tanto los comunicadores como los políticos se detengan a reflexionar sobre su papel y la responsabilidad que conlleva en un entorno cada vez más polarizado.
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